Un
día, del viento y la sombra, nació
una criatura. Este tenía
largos brazos y
piernas, un torso pequeño y delgado con una cabeza casi redonda como
el sol.
Este
caminó por el planeta y
vió que todo era liso y
de un mismo color. Temió
que no se pudiese identificar entre todo lo que había.
Sintiéndose triste, una
gota le cayó en la
frente. Miró hacia
arriba y vió el aumento
de gotas caer. Este noto que, al agua caer, se deslizaba y formaba la
silueta de todo lo que había
en el planeta. Algunos eran inmóviles
y otros completamente inquietos. Se cuestionó
si ahora se podía
identificar entre todo.
A
la lluvia cesar,
la tristeza volvió, todo
era de nuevo un
simple color. Al mirar al suelo, notó
un charco. Se acercó y vió
su reflexión en el agua. Confirmó
su gran temor, era liso y del mismo
color que todo lo
demás. Cuando colocó
sus manos en el rostro, se llenó
de líneas que siluetaban formando
ojos, nariz y boca de un color marrón. Se sorprendió al ver su
reflexión en el charco. Miró sus manos y se cuestionó con cierto
ánimo
que sucedería si tocaba todo lo que había. Extendió su mano hacia
el charco, el agua
se torno azul con líneas azules claras que enseñaban
el movimiento al ser tocada. Miró su mano
nuevamente y la línea de su boca formo una sonrisa. Este sintió que
era su deber darle forma al planeta con su don.
Así
que fue por todos lados, a cada rincón, dando colores y siluetando a
cada criatura y objeto que encontraba. Identificó
la tierra del océano y el cielo de las montañas. A
cada criatura le dió
un patrón único,
de las aves a los
peces y del animal más
grande a la célula más
pequeña.
Al
terminar, se alegró
de poder ser identificado del resto del planeta. Se abrazó
a si mismo con felicidad, siluetándose aun
más formando pelo, cuello, dedos y uñas.
Se llamó a si
mismo “Humano” y a su obra, en el planeta, “Tierra”.